5/9/09

Olor a nuevo

Huele a la vuelta al cole, a nuevo, a madera, a papel, a plástico. Los niños saben que ha llegado el fin de las vacaciones, de las piscinas y las siestas largas, porque el curso está a punto de empezar. No creo que se sientan tristes, amargados o deprimidos -son niños-, al contrario se sienten ilusionados y con grandes deseos de estrenar sus lápices, sus cuadernos y sus libros, de ir al colegio todas las mañanas aunque tengan que madrugar, ver a sus maestros y maestras, a sus compis, hacer un montón de cosas durante el día y a las 9.30 irse a la camita a dormir. Esta rutina es lo que hacen la mayor parte del año, así que realmente es mejor que lo vivan con ilusión.
Yo si pudiera volvería al colegio, me encantaría. Lo más parecido a la vuelta al cole del adulto es, si tiene hijos, comprar el nuevo material escolar para ellos: los cuadernos brillantes, el estuche nuevo, los colores (los del año pasado huelen a viejo), el babi, la mochila, forrar los libros... Seguro que lo disfrutan y estoy convencida que lo hacen con cierta nostalgia, con ganas de sentarse a pintar o hacer cuentas y de comerse un bocata para merendar. Siempre he pensado que cuando sea madre volveré a ser un poco niña.
El hecho de trabajar en un centro educativo me devuelve de alguna forma esas sensaciones de mi infancia. Estoy rodeada de ese olor, de la ilusión de empezar una nueva etapa, de folios en blanco que hay que escribir con la mejor letra posible, de libros por todas partes y lápices a miles, de mucha gente a la que mirar y saludar. Me gusta el lugar donde trabajo.
Todas las personas deberían recordar el olor de la vuelta al cole. Eso significaría que han recibido educación y que probablemente hayan tenido una infancia feliz. Os pongo un enlace de un Blog solidario: "Lápices para la Paz" que lleva a cabo una iniciativa que consiste en dar material escolar a niños y niñas que sufren conflictos armados. A ellos también les gusta el olor a nuevo...


29/8/09

De vuelta

Ya he vuelto de mi viaje. Me fui al mar azul.

Pasé horas tumbada en la arena templada, sin moverme bajo alguna sombra debajo del sol . Había más gente a mi lado, disfrutando de un sueño en calma cerca del mar. Me acuerdo de una anciana de 95 años, o quizá 5, no calculo bien, que se sentó en la orilla del mar a recibir las olas con su sonrisa hueca e increiblemente contagiosa, pero que lloró y gritó cuando se dió cuenta que tenía unos manguitos de flotador, pues no quería estar amarrada y así no podía rascarse bien la nariz. Alguien le dijo que eran aletas de pez nadador y eso le gustó.
Durante mi viaje aprendí a bucear. Soñé que todo se hacía fácil y decidí caminar hacia lo más profundo del mar, no tuve que coger aire pues aprendí a respirar bajo el agua, de la misma manera que aprenden las sirenas al nacer, con una bocanada de llanto de agua hacia el interior. Se me llenó el cuerpo de mar que desenredó mi pelo, alisó mis arterias y me irrigó de una nueva corriente de vida, parecida a la esperanza, pero más transparente y salada.
Cuando desperté estaban todos esperándome para ver el atardecer.
Respiré de nuevo el aire y suspiré de sencilla felicidad.

- ¿Sabéis que el sol atardece cuando amanece en el mar?

24/8/09

Viaje imaginario

Ya he hecho las maletas, me voy de viaje.
¿Alguien me presta el color azul? Necesito pintar el mar.
Donde tendré las gafas de bucear... Es verdad, no sé bucear. Entonces no me hacen falta.
Os cuento a la vuelta.

Ilustración: Patricia Metola

24/7/09

Cien años de soledad

Este fragmento de la novela me ha encantado. En general, el libro es fascinante. Puede que no quieras seguir leyendo más abajo si no has leído el libro, o si todavía no sabes lo que le ocurre a Remedios, la bella.

"- ¿Te sientes mal? - le preguntó.

Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
- Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron para siempre en los altos aires donde no podían alcanzar ni los más altos pájaros de la memoria."


"Cien años de soledad", Gabriel García Márquez.
Ilustración: Catia Chien

23/7/09

Un disparo de miedo

Hay noches que me despierto de miedo. Unas veces por miedo oscuro, ese que enreda los sueños con los sesos. Otras veces por miedo claro, blanco y contundente, ese que se lleva también por el día. Cuando eso me ocurre muevo los pies para encontrarte, y te encuentro estés o no estés, aunque sea en el espacio vacío de tu lado en la cama. Y eso me calma, me ayuda a tragar el nudo, a pestañear las lágrimas congeladas.
El miedo me pesa. Empieza a acumularse desde la infancia, en dosis no superadas que se enraizan en el cerebro, formando los caminos tortuosos de la incertidumbre, la inseguridad, el temblor, la pena, el odio, la vulnerabilidad, hasta que no se puede aguantar más y el miedo, convertido en lucha, se dispara en una explosión incontrolada de gritos y babas, de reclamo a una vida en calma.
El miedo me pesa tanto que decido que ya es hora de quitármelo de encima. Adiós, miedo.
Que caigan bombas, que apaguen las luces, que venga la soledad si quiere, que a mí ya no me cabe más nada.
Y me siento en las piedras calientes a mirarte en la noche, a tu lado, mientras caen las horas y espero, espero, y vivo a tu lado. Sin miedo.

18/7/09

Vidas pequeñas

¿Lo has escuchado? Es el latido de mi corazón.
Bumbum bumbum bumbum.
Vamos a dar un paseo, presta atención...

Ilustración: Camilla Engman

3/7/09

El incendio

Por lo menos el calor de las llamas a lo lejos le calentaba los pies. Esa noche se había acostado con los pies fríos y sólo en ese momento comenzaba a sentir el cosquilleo de la sangre que regresa a su sitio. Es curioso, si tuviera que describir lo que sentía diría que la imagen ante sus ojos le helaba la sangre. Nunca había pensado en eso: el hielo y el fuego juntos... el resultado era devastador.
El incendio no sólo había destruído sus cosas; había devorado el tiempo, unos siete años de su vida en esa casa, como si la ausencia de los objetos que había acumulado fuera igual a no haber vivido. Intentaba recordar todo lo que había sucedido durante esa época y sentía una angustia feroz al comprender que se le escapaban mil detalles. Sabía que olvidaba algún viaje, o sucesos que sólo al releerlos volvían a la memoria, caras que sólo al mirarlas en las fotografías retomaban su fisonomía, o la música, que más que canciones eran recuerdos apilados, también había desaparecido.
El miedo al olvido era superior a reconocer que seguía viva, sentía una tristeza extraña, más que por la pérdida, por la sensación de dependencia al pasado. Pensó en el día en que nació, de eso hacía treinta años y cinco horas, seguro que su madre se acordaba...
- Oiga, ¿me escucha? ¿Se encuentra bien?
- ... Perdone, no estaba atendiendo. Pensaba en otra cosa. ¿Cuánto dice que le debo?
- Son 150 euros. El disco duro estaba completamente dañado. Son las cosas de la electrónica, de pronto se estropea cualquier conexión y se van al garete siete años de su vida. Je, je.
-Sí, gracias, ya lo había pensado. Tómese una cerveza con el cambio.

Esto no le volvería a pasar, se propuso firmemente revelar todas las fotos que hiciera a partir de ese momento, como si estrenara una nueva vida. Empezaría esa noche en la fiesta de su cumpleaños.

Fotografía: Martín Gallego